En el silencio del crepúsculo, donde el horizonte besa la eternidad, Alex Cross acuna su guitarra, recipiente de historias no contadas. Sus dedos rastrean los trastes y las cuerdas cantan secretos. La roca se yergue centinela, guardiana curtida. Su superficie, grabada por el tiempo, refleja las cicatrices de la existencia. Ha sido testigo de tormentas y puestas de sol, ha susurrado a la luna y ha sostenido el peso de incontables sueños. La roca es firme, un confidente silencioso.
Y allí, más allá de la orilla, el mar se despliega, un tapiz líquido. Sus olas tejen recuerdos, el sabor de la sal, el eco de las gaviotas, la danza de las mareas. El mar es a la vez tempestad y canción de cuna, una sinfonía de profundidades. La mirada de Alex está perdida, un marinero sin brújula ni mapa. Las notas se derraman, tendiendo puentes entre la roca y el mar. Su melodía es un puente, un frágil filamento que une la tierra y el agua. La guitarra canta, resonando con el pulso de la existencia.
Y sin darnos cuenta, ya no hay distancia. La vista es preciosa, tan íntima. No es una conexión; tú eres uno. La roca, el mar, la música, se funden en un latido singular.
Deja que tu mirada se detenga. Deja que las notas te inunden. Porque en este momento, tú eres la roca, el mar y la melodía, una exquisita convergencia del ser.
«La Roca y el Mar» es una invitación a perderte, a encontrarte y a convertirte en la música.